Córdoba
Nuestro Hogar II: una familia fue robada y ahora le quemaron parte de la casa
En el término de diez días, sufrieron el robo de todas sus cosas y el incendio de un galponcito de la casa. Las víctimas y la policía creen que las dos veces actuaron las mismas personas.
Paola Argañaraz tiene 40 años; sus hijos, Rosita 15 años y Tomás 9. La doble pesadilla sobrevino en momentos en que la adolescente se aprestaba a festejar sus 15 años. Los ladrones se llevaron hasta el vestido preparado para la ocasión.
La mujer sostiene el hogar amasando panes en casa y los vende en el Mercado de Abasto, a pocas cuadras.
“En un tiempo trabajé en el Mercado, pero como soy diabética, y me descompuse un par de veces, me dijeron que no fuera más”, comentó a La Voz.
Su casa está en medio de un campo, a unos 100 metros del sector urbanizado de barrio Nuestro Hogar 2.
De martes a viernes, Paola arranca a las 7, acompaña a Tomás a la escuela, y comienza a preparar pan para salir a ofrecer al mediodía.
Los lunes, que el Mercado trabaja por la mañana, Paola empieza a las 4. A las 6, ya está lista para venderles a los puesteros.
En el Mercado de Abasto o en el barrio, muchos vecinos que la conocen le compran para ayudar.
Cada pan se vende a 100 pesos. Para reforzar los ingresos, la mujer se ofrece para barrer las veredas y limpiar los jardines de otras casas.
Aunque no haya vendido todos los panes, Paola vuelve cerca de las 19, para ir a buscar a Rosita a la escuela.
Con esa rutina, Paola junta unos pesos diarios que, sumados a la asignación por hijo, le ayudan a darle a sus hijos lo que necesitan, al menos lo esencial.
No hay margen para el ahorro, pero aún así desde hace dos años y medio, Paola estaba guardando dinero para hacerle una fiesta de 15 a Rosita.
Una modesta fiesta con amigos y familiares, en el patio de su casa, con pollos, gaseosas, una torta y un vestido. Todo lo que Paola no pudo tener a sus 15.
“Nos robaron”, dijo Paola al llegar a su casa el pasado lunes 4 de julio.
Faltaban cinco días para la ansiada celebración.
Rosita entró y fue directo a su dormitorio. Le habían sacado su celular y el vestido de 15 que su mamá le había hecho hacer.
También habían robado la comida y todo lo que los padres de Rosita habían comprado para realizar la fiesta.
“Lloramos juntas”, cuenta Paola, recordando la angustia de aquel momento.
La familia se había ausentado de la casa para llevar a Rosita al médico. Fueron apenas un par de horas, lo suficiente para perder lo que habían cosechado con el esfuerzo de más de dos años.
La trascendencia mediática del hecho despertó una marea de solidaridad. Distintas personas ofrecieron todo lo necesario para que, finalmente, el festejo pudiera realizarse. Entre ellos, el modisto Benito Fernandez, le ofreció a la quinceañera un vestido de su producción, además de un viaje en avión y estadía en Buenos Aires para encontrarse con ella.
La fiesta de Rosita, realizada el 9 de julio frente a su casa, fue todo lo que Paola soñó.
Pero el lunes siguiente, otra vez la inseguridad tocó la puerta de la familia. El sueño volvió a ser pesadilla.
“Estábamos dentro de casa, y empezamos a sentir humo. Salimos y vimos que se había prendido fuego el galponcito que tenemos al fondo. Ahí teníamos el lavarropas y el secarropas, las bicicletas de los tres y algunos materiales que compramos para levantar una piecita y hacer un baño. Perdimos todo”, recuerda con resignación.
Lo que más preocupa a Paola y a Horacio, el papá de sus hijos, es la seguridad de la familia.
Creen que lo que se perdió se puede volver a conseguir con esfuerzo y trabajo.
De todos modos, sospechan que quienes prendieron fuego a la casa son los mismos que robaron el 4 de julio.
Entre lágrimas, Paola teme que el incendio haya sido “una advertencia” y le preocupa que en unas semanas, cuando vuelvan al colegio del barrio, les pueda pasar algo.
“Yo nunca critiqué el barrio, nunca tuve problemas con nadie”, señala Paola y reconoce que hace muchos días que cualquier ruido los altera y no duermen tranquilos.
“No quiero irme del barrio, acá está mi familia y las raíces de mis hijos, que viven muy cerca de sus primos y sus amigos. Pero si tengo que irme para que estén bien, lo hago. De todos modos no tengo a dónde ir”, expresó entre lágrimas.
Paola tiene miedo. Los atacantes podrían no haber saciado su sed de maldad.